Al amor le queda poco. Por las noches, debajo de los árboles que vigilan mi ventana, le oigo agonizar.
Se le han secado los ojos de tanto perseguir desvíos en la obscuridad, sus manos ya no alcanzan, sus labios ya no rozan melocotones fundidos en la miel del deseo, se han vuelto ásperos y fríos como la soledad de hierro en las auroras del invierno.
El amor se hace viejo, allí donde ya no llueven caricias a ninguna hora del día. Se ha cansado de correr y esperar al mismo tiempo, sentado en el banco donde ya nadie se sienta suplica palabras caidas en bocas rotas y en lugar de una sonrisa porta una mueca sin forma que calza con el hueco que dejó su corazón antes de pulverizarse.
Los chocolates y los ositos de peluche perdieron su dueño, las canciones ya no se susurran y los oidos ya no bailan al compás de serenatas bajo la luna.
Se acabaron los poemas de media noche y las horas en vela para perderse en expediciones de montañas y valles color piel.
Todo se ha ido al carajo porque en nombre del amor todo ha sido en vano.
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