Hay cosas que no parecen remediarse.
el hecho de no contemplar más tu sonrisa,
que tus palabras ya nunca me rocen,
no sentirte susurrando canciones en mis oidos,
arruyándome con tu acento de asfalto citadino
que un día me prometía cosas sin yo pedirlas
sin preguntarlas,
cosas tan grandes como una montaña
o una piñata rellena de ilusiones acarameladas,
de sueños, de hipótesis con pies de algodón
enfundados en un mañana cristalizado por la incertidumbre.
Tu olvido se hace inminente.
Aún estando sentados lado a lado somos como dos extraños,
dos seres que no se reconocen mas allá del centimetro que los separa
donde la sola presencia se hace incómoda
incitándonos a escondernos en otras caras, otras facetas
que no traigan recuerdos ni viejas miradas
para no tener que corresponderlas.
Yo muero cada instante por inspirarte
por volver a arrancar de tu boca acordes y poesias
por que alumbres mis ratos de insomnio con tu dulzura
y tus ojos me enciendan y me cuenten una historia distinta,
una que vuelva a creer en los dos
que no acabe aquí,
una que no acabe nunca...
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